Moai

Moai

Las estatuas de Isla de Pascua

Sin lugar a dudas, los Moai (conocidos como estatuas de isla de pascua) son la expresión más relevante del arte Rapanui. Si bien todavía no se ha podido establecer su origen en el tiempo, la tradición oral afirma que el rey Hotu Matua habría traído la primera estatua a la isla. Otra versión indica que fueron los primeros colonizadores quienes lo hicieron. Se dice que los Moai representan la imagen de un antepasado con poder sobrenatural que goza de un poder divino. También se dice que se esculpieron para perpetuar la memoria de los difuntos. La estatua es un torso masculino, de nariz larga y orejas alargadas. En un comienzo, se fabricaron con basalto, traquita y escoria roja, pero finalmente, se prefirió el material volcánico de la cantera del volcán Rano Raraku.

El estilo de construcción de los moai fue evolucionando con los años. Al principio eran más pequeños, con cabezas más anchas y orejas cortas. Posteriormente, evolucionaron hasta llegar a la clásica y singular estilización que poseen los moai que permanecen en las laderas de la isla. Actualmente, resulta increíble observar que en la ladera de este extinguido volcán exista más de un centenar de moai. Algunos están terminados y otros yacen a medio esculpir sobre la piedra madre. Todos ellos tienen una figura similar, excepto uno que está sentado. La historia de Rapa Nui cuenta que este moai se fabricó y se enterró inmediatamente con la orden de ser descubierto al fin del milenio, es decir, ahora. Una vez construidos, los moai se trasladaban a los distintos ahu. Su traslado aún es un enigma sin resolver. Los nativos lo atribuyen a la fuerza del Mana, el poder mágico que se habría utilizado para trasladar estas enormes moles de piedra desde la ladera volcánica hasta las plataformas de los ahu, ubicados en la costa. No obstante, se conoce con certeza que a la salida del Rano Raraku, los moai tomaban cuatro caminos, “Ko te Ara o te Moai” para repartirse alrededor de la isla. El primero y más directo conducía a las estatuas desde la cantera hasta el ahu vecino del Tongariki y las plataformas circundantes. El segundo comenzaba en la cantera y bordeaba la costa sur de la isla. El tercero atravesaba la isla por su centro hasta llegar a los ahu de la costa oeste. Por último, el cuarto contornaba el Rano Raraku en dirección a la playa de Anakena. En esta ruta se encuentra la estatua más grande jamás transportada. Mide once metros de largo, está quebrada y mira hacia el cielo.

Todo el proceso de construcción e instalación se realizaba de acuerdo con un estricto rito sagrado, puesto que no era más que la expresión del poder sobrenatural de un antepasado ascendido a la categoría de dios. Una vez instalado el moai, se le abrían cuencas en el rostro y se le engastaban los ojos fabricados de coral blanco. Finalmente, se le colocaban enormes cilindros de escoria roja sobre la cabeza, que simbolizaban la importancia y la jerarquía de las tribus.

La altura promedio de un moai es de 4 metros. No obstante, en la costa norte de la isla hay uno que mide cerca de 10 metros, y en la cantera otro de 22 metros. Si bien muchos piensan que estas esculturas miran hacia el mar, los moai dirigen la vista hacia la isla, hacia su gente. Sólo un ahu dirige los ojos hacia el Hiva, su mítico continente de origen.

Cada ojo se fabricaba a partir de un pedazo de coral blanco pulido en forma de almendra. En el centro se añadía un disco negro de obsidiana o uno rojo de tufo, que representaba la pupila. Súbitamente, se descubre el significado de uno de los antiguos nombres de la isla. “Mata ki te Rangi” era el nombre que utilizaban los antiguos habitantes de Mangareva para referirse a la tierra que se situaba al este de su archipiélago. Literalmente, significa “los ojos vueltos hacia el cielo” (los polinesios navegaban mirando las estrellas). En el momento de su instalación en la cámara del Rano Raraku, a la estatua ciega se le esculpían dos cuencas en la parte superior de la nariz, y luego se le colocaban sus ojos, que le permitían cargarse de mana. La arena de la playa “real” de Anakena guardó durante más de dos siglos su secreto más extraordinario.